Lo que pareciera una guerra caprichosa entre hombres y mujeres por controlar la temperatura de la oficina es, en realidad, un problema que influye en la productividad de las personas
En los lugares mixtos de trabajo, deben procurarse temperaturas más altas, a fin de eliminar la brecha de género en lo que a confort térmico se refiere
Amira Huelgas
¿Por qué en algunos espacios de trabajo las mujeres experimentan frío mientras que los hombres no tanto? ¿Y por qué este hecho influye en la productividad de ambos? En el artículo “Energy consumption in buildings and female thermal demand”, publicado en la revista Nature Climate Change, los científicos Boris Kingma y Wouter van Marken Lichtenbelt, de la Universidad Maastricht, ofrecen una inquietante respuesta: las mujeres tienen un metabolismo significativamente más lento que el de los hombres, quienes están bastante cómodos a 22 °C, en contraste con sus compañeras de trabajo, quienes encuentran esa temperatura un tanto fría. En otras palabras: la temperatura óptima sólo toma en cuenta el confort de ellos, mas no el de ellas.
“En general, las mujeres prefieren una temperatura ambiente más alta que los hombres en situaciones de hogar y de oficina, y los valores medios pueden diferir tanto como 3 ºC (hombres: 22 °C en comparación con mujeres: 25 °C). A pesar de esta discrepancia en la temperatura ambiente preferida, no se encuentra un efecto de género significativo con respecto al rango de temperatura media de la piel que se asocia con el confort térmico (hombres: 32.8–33.8 ºC, versus mujeres: 32.4–33.6 ºC)”, advierte el estudio.
La explicación detrás de esta discrepancia, apunta la investigación, es que los estándares de confort relacionados con la temperatura se establecieron en la década de los años 60, basados en el metabolismo de un hombre de 40 años y 70 kilogramos de peso. Según este estudio, el modelo actual “puede sobreestimar la producción de calor en reposo de las mujeres hasta un 35 por ciento”. El resultado de esta práctica ha sido un desperdicio de energía en el esfuerzo de mantener las oficinas más frías de lo necesario, sin tomar en cuenta las necesidades metabólicas de una gran parte de la fuerza laboral.
Otra parte del problema se relaciona con que quienes siguen controlando las temperaturas en los espacios de trabajo son generalmente varones; sin embargo, se puede agregar una variable más a la ecuación: el código de vestimenta de las empresas. En general, a los hombres se les prohíbe el uso de pantaloncillos cortos o bermudas, mientras que las mujeres pueden elegir entre pantalón, falda o vestido. Además, en las temporadas más calurosas o frías no se hace distinción entre la temperatura exterior y la interior. Esto puede resultar contraproducente, ya que es posible permanecer en un espacio con una temperatura muy baja y al salir del edificio encontrarse con que se está a más de 30 °C.
En un lugar de trabajo en el que se han establecido las temperaturas pensadas en los hombres, es necesario replantearse los estándares, sobre todo cuando el mercado laboral del siglo XXI está conformado en gran parte por mujeres. De acuerdo con Tomás Bermúdez, representante del Banco Interamericano de Desarrollo en México, en las últimas cinco décadas, la participación laboral se duplicó, llegando a una tasa de casi el 60 por ciento.
Confort, desempeño cognitivo y productividad
El tema no sólo es una cuestión de confort, la participación laboral de las mujeres impacta positivamente en el desarrollo económico de las naciones y continúa marcando el camino hacia una sociedad más equitativa. En términos de productividad, un estudio publicado en la revista científica PLoS ONE revela que las altas o bajas temperaturas afectan el desempeño cognitivo de las personas.
Específicamente, a mayores temperaturas mejora la productividad de las mujeres en matemáticas y en las pruebas verbales, mientras que se observa el efecto opuesto en los hombres. Los resultados “sugieren que se puede aumentar la productividad al ajustar el termostato por encima de los estándares actuales”, afirmó Agne Kajackaite, investigadora de economía del comportamiento del Centro de Sociología WZB Berlín, en Alemania, y coautora del artículo.
Dicha investigación se llevó a cabo con 500 estudiantes que se sometieron a diferentes pruebas con duración de una hora, y con variaciones en la temperatura de 16.19 a 32.57 °C entre sesiones.
“A medida que la temperatura se elevó, los puntajes de las mujeres aumentaron, no sólo porque su porcentaje mejoró, sino porque incrementaron el número de problemas que estaban resolviendo. Es importante destacar que el aumento en el rendimiento cognitivo femenino es mayor y se estima con mayor precisión que la disminución en el rendimiento masculino”, destacó el estudio.
Aunque es necesario realizar más investigaciones, por ahora, los resultados muestran que “la guerra del termostato” no se trata únicamente de confort, sino de desempeño cognitivo y productividad. “Nuestros resultados sugieren que, en los lugares de trabajo mixtos, las temperaturas deben establecerse significativamente más altas que las normas instituidas”, afirmó Kajackaite.
En lo que a confort térmico se refiere, agrega la investigadora, existe una brecha de género: “Si las temperaturas están frías, los hombres son mucho mejores que las mujeres”. Para Kajackaite, la solución incluye, entre otras cosas, que en las oficinas se pueda prescindir del estricto traje en las temporadas de más calor, porque mientras que los hombres visten de pantalón largo, camisa y hasta corbata, las mujeres llevan falda, playeras de manga corta y sandalias.
En el contexto laboral del siglo XXI, la climatización desempeña un rol fundamental para lograr metas productivas, y más importante todavía, para contribuir con los objetivos en cuanto a equidad de género y cuidado del medioambiente, ya que, por cada grado que se suma en el termostato, se logra un mayor ahorro de energía.